Podríamos decir que la tecnología ha evolucionado más en los últimos 50 años que en 500 años de historia. La ciencia ha desarrollado el quehacer humano en formas que antes podían ser acaso objeto de un buen libro de ciencia ficción. Algunos señalan que podríamos estar enfrentando la cuarta revolución industrial, algo que me gustaría llamar la revolución digital.
Así como la tecnología ha progresado de forma vertiginosa, el Derecho Laboral tendrá que empezar a evolucionar de una forma más dinámica de lo que lo ha hecho en los últimos 50 años, para poder estar al día con los cambios de la sociedad y permitir que su razón de ser se mantenga en el tiempo. Por décadas, esta área del Derecho se ha dedicado a garantizar la subsistencia de los trabajadores y sus familias en una primera etapa y posteriormente a buscar el fortalecimiento de la clase trabajadora y la mejora de sus condiciones, sin embargo, la convergencia de la revolución digital con el derecho del trabajo implica la necesidad de evolucionar a una tasa mucho mayor de lo que ha sido su costumbre y el futuro del mercado laboral dependerá de la reacción que éste tome en los próximos cinco a diez años.
La llamada gig economy ha permitido el acceso a trabajo remunerado a millones de personas en el mundo, a través de plataformas colaborativas que han puesto en entredicho la tradicional estructura de la relación laboral: empleador/ trabajador, lo que ha generado que la típica clasificación binaria de “trabajador” y “servicios profesionales” ya no sea suficiente para definir muchos de los servicios que están siendo desarrollados. Sin embargo, miles de trabajos formales, están desapareciendo o en peligro de desaparecer, al ser sustituidos por trabajos menos formales, menos estables o menos tradicionales de lo que estábamos acostumbrados a ver, pero al menos están siendo sustituidos, no eliminados. Tal vez el reto dentro de cuarenta años es cómo estos trabajadores independientes, propios de la era del gig economy, tendrán acceso a servicios de salud, una jubilación por la que no pagaron o incluso empleo, cuando en pocos años, sus trabajos flexibles puedan ser automatizados.
Paralelamente, la aplicación de la tecnología al centro de trabajo permite un monitoreo y control sobre los trabajadores que hasta ahora había sido imposible. El empleador podría en muy poco tiempo, convertirse en una especie de Big Brother que es omnipresente gracias a la convergencia de varias tecnologías: los wearables o más recientemente los implantes que sustituyen a los badges para marcar el ingreso y la salida al trabajo, abrir puertas, sacar copias, consumir alimentos en la cafetería o registrar el cumplimiento de procedimientos, junto a plataformas sociales utilizadas como herramienta de trabajo y todos los sistemas y bases de datos de características biométricas de los trabajadores, utilizadas en conjunto, cambiarán la forma de vida que tenemos, la privacidad y el concepto de libertad que conocemos.
Por último, la discusión de si la inteligencia artificial debería ayudar o desplazar a la inteligencia humana llegará al centro de trabajo.
Imaginemos por un momento que ya no hubiera fuentes de trabajo o al menos no las suficientes como para emplear a toda la población económicamente activa. La sociedad tendría que adaptarse. ¿Qué haríamos las personas para subsistir? Los antiguos griegos y romanos, al menos los de clase alta, pudieron desarrollar su civilización gracias a la fuerza de trabajo gratuita que proveía la esclavitud, podríamos decir que entonces, la fuerza de trabajo que provea la automatización y la inteligencia artificial nos permitirá nuevamente concentrarnos en tareas más elevadas, más de razonamiento e investigación, ¿pero a qué costo? Ciertamente la población mundial disminuiría pues los recursos no serían suficientes para mantener a 6 mil millones de filósofos e ingenieros.
Los inventos que han tenido mayor impacto en la humanidad son los que nos han permitido ampliar nuestros sentidos y las capacidades de nuestro cuerpo, la televisión y sus nuevas formas digitales han potencializado nuestra vista, las telecomunicaciones y la radio nuestro oído, las máquinas nuestras extremidades, nuestra fuerza, nuestra precisión. ¿Debería ser distinto con la inteligencia artificial? Los asistentes inteligentes, los robots del futuro, ¿deberían potenciar nuestras mentes o sustituirlas? Y si la sustituyen, ¿cómo controlar a una inteligencia que se podrá perfeccionar a sí misma? ¿O simplemente debemos sentarnos a presenciar lo que pase?
Alejandro Trejos G.
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